Desde hace no mucho tiempo se han
generalizado en España las empresas que se dedican al turismo de observación de
fauna. No se trata de un fenómeno nuevo, pero hasta hace unos años la oferta
era escasa, centrada en la ornitología y fundamentalmente enfocada al turista
anglosajón. Sin embargo, quiero pensar que, como consecuencia de la mayor
concienciación social y del aumento de las poblaciones de algunas especies
emblemáticas, ahora es posible contratar los servicios de profesionales para
observar o fotografiar aves y mamíferos excepcionales.
Actualmente una empresa nos puede
llevar a ver lobos en la Sierra de la Culebra, linces en Doñana o urogallos en
el Valle de Arán, por poner unos ejemplos rápidos. Al tratarse, en muchos
casos, de especies sensibles a la presencia humana, cabe preguntarse por el
posible impacto negativo que tales actividades pueden tener en las poblaciones.
Precisamente por este punto se preguntaba un artículo de la revista Quercus de
agosto de este año (Quercus nº330, págs. 80 y 81).
Foto de aquí
Recientemente leía en prensa que el
Conselh Generau d’Aran (el órgano de gobierno autónomo de la Val d’Arán) había
entablado conversaciones con 2 empresas dedicadas al turismo de fauna en dicho
valle pirenaico y con otros 3 turoperadores interesados en realizar acciones
futuras. Pretende controlar la instalación de los hides de observación, el
volumen de turistas y cobrar una tasa por dichas actividades, pudiendo perseguir
así a “empresas furtivas”.
A pesar de que esta tasa repercuta
en el precio final a pagar por el cliente, creo que se trata de una opción adecuada para mantener bajo control la presión sufrida por las especies y
garantizar la participación de empresas profesionales, con protocolos
auditables y que rindan cuentas a la administración (que es la encargada de
gestionar el patrimonio), frente al desgobierno que supondría que cualquier
persona guiase grupos de forma incontrolada. Al final, se trata de pagar por
disfrutar del aprovechamiento de un recurso, como haría una empresa maderera,
un coto de caza o un terreno micológico.
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